Cambiamos de tercio totalmente, salimos de la Isla paradísiaca de Mafia y volvimos a Dar es Salaam para coger otro vuelo hacia Arusha, la entrada al Parque Nacional de Serengeti y Ngorongoro.
Al aterrizar nos esperaba Freddy que, aunque freelance, en ese momento estaba contratado por Ocelot Explorers; él sería nuestro guía en castellano durante todo el safari. Esa noche dormimos en Arusha, Korona Village.
Cuando llegamos nuestra habitación familiar no había sído desalojada y nos dieron dos habitaciones muy bien decoradas y con camas supercómodas que más adelante echaríamos mucho de menos. La comida en el lugar también estaba deliciosa aunque el servicio era lento y era mejor encargar la comida para una determinada hora.
Para pagar el safari tuvimos algunos problemillas, ya que no aceptaban transferencia ni targeta visa, etc y los euros no les molan, lo quieren en dólares. A pesar de que la moneda euro en este momento vale más que el dólar estadounidense nos hacen peor cambio, ya que al parecer, los bancos no les cambiaban de euro a dolor sin pasar por shillings, por lo que nos comíamos dos comisiones los dos. Al final, pagamos con lo que pudimos y todos contentos.
Después de un sueño reparador, emprendimos la ruta con el jeep y nos adentramos en el Parque nacional Tarangire (que significa río de facóqueros). Estaba bien empezar por el parque más modesto en cuanto a fauna, aún así pudimos ver gran variedad de aves, monos, facóqueros, gacelas, cebras, elefantes, impalas y girafas. Nos gustó mucho para iniciar el safari.
































Por la tarde fuimos a visitar un poblado Masai, la entrada nos costó 60 dólares, todo y así los turistas van con cuentagotas, en ese momento estábamos solos. Nos dieron la bienvenida con una danza tradicional y nos invitaron a bailar y cantar con ellos vestidos de masais.
Pudimos ver la modesta escuela para los niños más pequeños – los más grandes se trasladan a la escuela tradicional al cumplir los 3 años. Entramos en una de sus casas, hechas con barro, heces de vaca y bambú. Las construyen las mujeres en 3 semanas y pueden durar unos 10 años, que es cuando tienen que construir otra. En ella viven hasta 5 personas, el hombre duerme separado de mujeres y niños.
El adolescente al cumplir los 15 años abandona la cabaña y se hace otra (igual que España….) Un hombre puede tener tantas mujeres como se pueda permitir y esto lo miden en cuantía de vacas que posean (algo que ha dejado bastante perpleja y medio indignada a Amalia, que no pareba de hacer preguntas sobre quien le pregunta a las mujeres lo que quieren, que pasa si se les mueren las vacas, etc.).










Al finalizar el paseo compramos algunos recuerdos hechos por las mujeres masai antes de irnos, pero que pagamos a uno de los jefes, ya que las mujeres no suelen «tocar » el dinero. Fue una visita interesante y lo pasamos muy bien. Es evidente que es algo pensado para el turista, pero esa es su forma de vivir y creemos que es justo que si todo el mundo va a hacerles fotos cuando pasean por la carretera con su ganado, por lo menos se lleven algo a cambio. Pensar que esta gente no ha sido «tocada» por la sociedad moderna y que es mejor no participar en el paripé turistico quizás es no tener en cuenta lo que ellos quieren (a veces los occidentales pecamos de paternalistas).
Tras finalizar la visita, fuimos al hotel (Simba Lodge, más sencillo que un botijo) que estaba en el pueblo Mto Wa Mbu, que significa «río de mosquitos», no vamos a especificar nada más que el nombre ya es bastante explicativo.
Decidimos dejar a los niños en el hotel y pasear por el pueblo sin rumbo, como cuando éramos mochileros; un par de lugareños con intención de vendernos sus productos pero que intentaban practicar castellano nos acompañaron durante el trayecto, y gracias a ellos pudimos probar el vino de Banana – que está fuerte que no veas – y comer unas mazorcas de maíz. El pueblo es vibrante, con mucha gente paseando, comerciando, riendo.. lleno de artesanos de madera que provienen de Mozanbique y que hacen auténticas maravillas en ébano.





Así fue como acabó el día, con una cena rica rica preparada con el que a partir de ahora será nuestro cocinero, Bryan, que cocina de maravilla.
Esa noche ya se anticipó lo que serían nuestras siguientes noches, diluvió como hacía tiempo que no veíamos, y estuvimos sin luz toda la noche. En esta parte del mundo no hay mucho asfalto, y aunque el paisaje es precioso, con la lluvia ,también hay barro por todos lados.