Lo más destacado del safari había sido el Cráter de Gorongoro, seguido de Serengueti y Taranguire. Hoy nos tocaba visitar el lago Manyara, que supimos después que ocupaba el cuarto lugar en interés. Si hubiésemos visitado este lugar al principio, quizás nos hubiera gustado más, pero después de haber visto tantas cosas impresionantes, el lago Manyara nos resultó un poco insulso.
Por suerte, después de tanto coche, este mini-safari solo duró una mañana en la que vimos algunos monos, elefantes, pájaros y reptiles con colores muy vivos.









Por la tarde, decidimos contratar un tour por la ciudad para conocer la vida de la gente y explorar sus calles. Nos llevaron por las calles del pueblo y nos mostraron su forma de vida – algo que a nosotros nos gusta ver y que sorprende especialmente a los niños.
Pasamos por el mercado, donde nos explicaron algunas frutas y verduras, y también probamos la cerveza de banana, que no estaba mal a pesar de su mala apariencia. Después, nos llevaron a una plantación de plátanos, donde nos contaron cosas sorprendentes, como que los plátanos pueden cantar. El sistema de cultivo es sencillo pero interesante, ya que los plátanos se van desplazando cada año – a cada platanero le sale un «hijo» y se corta al padre para que el hijo absorba sus nutrientes, lo que hace que toda la plantación se vaya desplazando unos centímetros cada año.













También conocimos a los granjeros, sus casas de barro y sus sistema de alarma para espantar animales (hilos con latas que atraviesan la plantación). Regresamos al hotel en un tuc tuc, lo cual a los niños les encantó. En general, el día ha sido tranquilo pero muy completo, y la decisión de hacer un tour por la ciudad ha sido acertada.