Como siempre que hay que desplazarse, esa mañana tocó a zafarrancho de recogida. Devolvimos el coche y tomamos nuestro vuelo en un avión bastante pequeño (con hélices, no turbinas). Estos aviones siempre se mueven mucho cuando entran en las nubes, a estas alturas no hace gracia más que miedo.
Llegamos a El Hierro, la isla más salvaje (geológicamente hablando) y la lista de cosas por hacer era larga – piscinas naturales, submarinismo, paisajes volcánicos…
Empezamos por dos lugares de baño con piscinas naturales, los Sargos y El Charco Azul. Este fue nuestro primer contacto con los paisajes de costa volcánicos y dejó una honda impresión en todos nosotros. Da vergüenza admitirlo, pero no esperábamos algo tan increíble en España! Siempre buscando maravillas lejanas y encontrar esto aquí es como un bofetón al turista snob.
Por comparar (aunque dicen que las comparaciones son las ladronas del disfrute), nos recordó mucho a Islandia y a algunas partes de Nueva Zelanda – pero mucho más barato, cercano y hablando en castellano.
Cenamos en el Kiosko de Las Puntas – nada del otro mundo, pero bueno y barato.
Dormimos en una casa que hemos alquilado – modesta pero correcta – la cosa ha empezado muy muy bien.