Contactamos con Armando, un biólogo marino de la isla para que nos hiciese de guía en nuestro día de snorkel. A las 11 y con unas ganas tremendas llegamos a la Caleta, según Armando, de los mejores sitios para hacer snorkel por la cantidad de peces y por la calma del mar. Y hemos descubierto que a lo que aquí ponen bandera verde, para nosotros es amarilla como mínimo, y que su bandera amarilla es nuestra roja. Nos guiamos por el experto, que antes de meternos nos hizo un resumen de la cantidad de peces que veríamos en esas aguas, aprovechando las ilustraciones de un libro de fauna marina local que ha escrito Armando con su hermano, y que por supuesto los niños quisieron comprar con dedicatoria personal incluida.
Para ser la primera vez que los niños hacían snorkel con tubo, lo hicieron genial, y si además añadimos que no estamos acostumbrados a aguas que nos parecen frías comparadas con la de Tarragona, en la primera inmersión aguantaron unos 45 minutos sin traje y con un mar algo movidito. La experiencia no la hemos podido fotografiar, y tampoco es fácil describir la cantidad de peces que pudimos ver, la cantidad de vida que hay bajo estas aguas, la visibilidad de 20 metros o más, y sin alejarte mucho de la costa.
Los niños salieron por el frío a tomar algo calentito acompañados de Sebas, mientras Sandra, ávida de peces por la escasez de inmersiones de los últimos años hacía una segunda inmersión de tan solo 35 minutos, también acortada por el frío. Aprovecharon para adentrarse un poco más y ver la colada de lava que se adentraba en el mar. En resumen, para todos una experiencia increíble y agotadora.
Salimos de allí en busca de restaurante, pero aquí en el Hierro no se admiten reservas en muchos sitios y a esa hora ya están llenos y los mejores tienen incluso cola de espera. Comimos en un bar «La penúltima», en el Mocanal, bastante aceptable y lo que es una norma en la isla y nos encanta, la cervezas heladas.
Con ganas de ver peces , tras la comida, nos fuimos directos a Las Playas, otro sitio recóndito de El Hierro, con vistas sobre y bajo el mar espectaculares.
Achicharrados por el sol, cansados por el mar acabamos la tarde en el Mirador de la Peña, diseñado por César Manrique y desde donde se ve toda la Frontera y los Roques de Salmor. Paramos a tomar algo en el restaurante del mirador, sobrevalorado, en el que pedimos el vino más caro que puedes pedir en la isla, un blanco baboso, premio internacional de plata de 2019 . Pero no lo tenían, el siguiente en la lista, un Uwe blanco no estaba frío y acabamos en un blanco seco muy normalillo que ni pudimos terminar. EL restaurante no vale la pena, aunque las vistas sí.
Estábamos reventados, así que decidimos acabar cenando en el alojamiento con un tinto con fermentación carbónica.
Esta isla nos está encantando, es un tesoro que hemos tardado mucho en descubrir.