Nos levantamos a las 4 de la mañana para salir en ruta con tour privado a la Montaña de Colores, altura 5080 metros. Salimos bien temprano para una vez llegar a la montaña poder coger caballos que nos llevarían por la mayoría del recorrido a esa altura a la que no estamos acostumbrados. La agencia nos aseguró que había caballos de sobra.
El guía llega 20 minutos tarde porque se duerme y nos dice que lo de los caballos no es seguro, entonces se monta un poco de bronca porque sino hay caballos los niños no pueden hacer el recorrido igual que la mayoría de los adultos. El conductor de la furgoneta fue a toda pastilla para recuperar tiempo, aprox 2 horas por carretera asfaltada, que él hizo en menos tiempo. Paramos a desayunar en un pueblecito un desayuno ligero para aguantar la altura, hacía un frío de la leche y solo estábamos a eso de 3600. Aprovechamos para comprar jerseys, calentadores, lo que pudimos…el frío lo teníamos en los huesos e íbamos con ropa técnica.
Tras el desayuno transcurrió una hora por caminos rurales ascendiendo lentamente por un paisaje realmente increíble, con picos nevados, alpacas, casas muy modestas y gente vestida con la ropa tradicional, porque es lo que se viste en la sierra.
Llegamos al punto de partida con alivio ya que gracias al guía tuvimos caballos de ida y de vuelta. La tranquilidad y belleza del paisaje se reflejan en las fotos, no hablábamos porque así no nos despistábamos de ningún detalle del paisaje. Pero los caballos no pueden subir a la cima, ese trozo, unos 20 minutos, se tiene que hacer a pie y en ascenso.
La verdad que los 5000 metros se notan, y para nosotros imaginamos que es peor al vivir en un pueblo de costa. Las piernas pesan, duele la cabeza, si vas muy deprisa te falta el aire y duele el pecho. Amalia al ver la cuesta dijo que estaba cansada y no subía, así que Sebas la cargó y tardó poco en descargarla. Hugo salió disparado como un miura montaña arriba, y claro, se tuvo que parar y empezó a ver piedras de colores… le tuvimos que dar tres bocanaditas de oxígeno, recuperó el aliento y pudo continuar sin problemas. Los niños subieron hasta el primer mirador y se quedaron con el guía, los demás subimos al segundo y último mirador, cada paso con un esfuerzo considerable. Pero por fin lo vimos y el esfuerzo mereció la pena. Ahí estaba la montaña Ausangate o Vinicunca o Montaña Arco Iris o de los 7 colores. Es así, una explosión de color, por sus minerales expuestos como óxidos de hierro, sulfatos de cobre entre otros. Nos recomendaron no estar mucho tiempo a dicha altura así que cuando nos sentimos saturados empezamos a descender. Todos animados en busca de los caballos, bajar nos resultó más fácil que subir.
La experiencia la recomendamos encarecidamente, los paisajes, el silencio, la gente del lugar y la paz.
Acabamos con la sensación de que el madrugón había merecido la pena y que lo habíamos conseguido. Paramos a comer en el mismo restaurante donde habíamos desayunado, todo buenísimo y una atención excelente en un local muy muy modesto. La comida un 10.
Llegamos a eso de las 4 de la tarde a Cuzco, cada uno aprovechó la tarde para pasear, darse un masaje, ver catedrales, perrear o ver los dibujos. Teníamos que recoger fuerzas pues al día siguiente nos levantábamos a las 4:45 para coger un avión a Arequipa. Cenamos al lado del hotel, restaurante Sepia, muy recomendable. Pero tanto madrugón… esto son vacaciones??