Quedamos a las 9 con el taxi que nos llevaría a Maras, Moray y Chinchero por 130 soles.
Empezamos por Chinchero (incluido en el pase general), el poblado es pequeño pero muy bonito. Las callejuelas eran de piedra y algo empinadas llenas de puestecitos donde aprovechamos para comprar unas cintas para las maletas (así no nos confundiríamos de nuevo) y guantes para todos.
La iglesia nos sorprendió mucho, pequeña pero el techo pintado de madera era espectacular y estaba tal cual en los años 1600. Las bases de la iglesia y de la plaza era Incas, pero los incas quemaron el pueblo antes de que vinieran los españoles, así que estos tuvieron que reconstruir lo que había quedado.
Las vistas desde la plaza de la Iglesia eran muy bonitas con las montañas nevadas al fondo.
De Chinchero nos fuimos a Maras, abandonando carreteras asfaltadas y llegamos a las salineras (entrada 10 soles no incluida en el pase general). Las fotos ya explican bastante lo bonito que es el lugar. Tan solo diremos que el agua salada sale de un manantial que va recorriendo todas las terrazas de sal, y que estas están operativas tres meses, recogen las sal, y después de esto desvían el cauce y lo lavan todo con otro manantial de agua dulce.
La visita fue cómoda, y Hugo le encantó, no paraba de decir “mamá es sal pura!” Y se la comía…
Después de las salineras nos fuimos a comer a un restaurante con vistas a las montañas nevadas.
De vuelta a Cusco, pasando por el pueblecito de Maras nos vimos atrapados entre vacas y ovejas, y hubo una pequeña trifulca entre nuestros conductores y el ganadero.
La última parada del día fueron los laboratorios agrícolas incas de Moray, donde las diferentes terrazas tenían diferentes temperaturas y condiciones de sol, lo que permitía a los Incas probar qué cultivos era mejor plantar a diferentes alturas. Un paseo tranquilo y bonito. No es que los Incas fueran muy avanzados (en comparación a Europa por esos siglos) – pero las expectativas europeas de todo lo precolombino son tan bajas (en general pensamos que eran salvajes) que este tipo de construcciones nos asombra (porque rebate nuestro prejuicio)
Esa noche teníamos reservada la cena en Chicha, un restaurante recomendado por un amigo nuestro, Sergio, él vino hace unos años. EL chef es Gastón Acurio, y el restaurante es de renombre. La experiencia fue decepcionante para nosotros que esperábamos otra cosa de un restaurante así. El local estaba bien decorado, el ambiente muy ruidoso, teníamos que gritar casi para hablar entre nosotros. El camarero algo despistado. Lo mejor los cocktáils. Los platos estaban buenos, pero no eran excelentes, bastante normalitos. Fallaron para nosotros en las comandas, pedimos pasta no picante para los niños y no se la pudieron comer de lo que picaba, lo peor fue el cuadril de ternera, la carne era de muy buena calidad, pero estaba literalmente rebozada en pimienta. No lo pudimos comer y tuvimos que devolverlo. Se lo comentamos al camarero, y dijo que era un plato nuevo que estaban probando esa semana, nos lo cobraron igualmente. Los postres aceptables, nada del otro mundo y las guarniciones todas patatas fritas, ¿quién viene a un restaurante de esta categoría a comer patatas fritas de guarnición?.
No superó nuestras expectativas ni de lejos y no lo recomendaríamos si lo que buscas es cocina de autor, si quieres buen producto a precio caro sí sería el lugar.