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Para tristeza de nuestra progenie, abandonamos el super-hotel. Libres de pulseritas y estrictos horarios de comida partimos hacia el parque nacional de Strandzha.
El parque ocupa el 1% de la superficie de Bulagaria y alberga el 50% de las especies que se pueden observar en Europa. Es el último bosque realmente salvaje de Europa y la flora es prehistorica. Todo esto está muy bien y es muy interesante si puedes caminar durante horas por el bosque…pero cuando vas con niños tienes que conformarte con verlo por encima.
Conscientes de nuestras limitaciones elegimos un camino sencillo, bien marcado y corto. A pesar de ello, vimos huellas y excrementos frescos de diferentes animales, y nos topamos con un pájaro bastante grande (más que un gallo) que levantó el vuelo antes de que pudiésemos sacar la cámara.
Cruzamos un puente «peligroso» y escuchamos animales – toda una superaventura para los peques, que se lo pasaron muy bien.
Además, el bosque es precioso. La alfombra de hojas era muy mullida y el agua corría entre las piedras, con claros de sol aquí y allí.
Paramos a comer en Tsarevo, un pueblo costero más tranquilo y parecido a nuestros pueblos del mediterráneo que el monstruoso Sunny Beach. Nos quedamos con las ganas de explorar más estos pequeños pueblos de playa – sin duda mejor opción que Sunny Beach para conocer la costa Búlgara.
De allí seguimos hasta Burgas, donde pasamos la noche y seguimos al día siguiente hasta Plovdiv, donde nos encontraremos con la familia Girones Tell.