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Como decíamos, íbamos como zombies pero algo teníamos que hacer, así que cogimos el metro y nos plantamos en los Hutong, o barrios de casas antiguas donde vivían los chinos antes de construir los megabloques donde viven ahora. Paseamos sin rumbo alrededor de la Torre del Tambor y la Torre de la Campana hasta que abriesen a eso d elas 9.00. Comimos pan con huevos fritos, una especie de tortitas pero necesitábamos café en vena.
Finalmente y siendo los primeros entramos en la Torre de la Campana, una empinada cuesta, uan enorme campana y unas bonitas vistas de los Hutongs. Al acabar justo enfrente, fuimos a la Torre del Tambor, llegamos tarde a ver como lo tocaban pero pudimos escucharlo. De nuevo escaleras empinadas, tambores y bonitas vistas.
Después de salir de alli sí fuimos a por un café, lo necesitábamos. Hicimos tiempo dentro del local, Sebas se cortó el pelo y al acabar nos dirijimos a por las mochilas y a nuestro alojamiento. Nos separamos para que los niños se fuesen antes a descansar. Martín y Sebas fueron a recoger las mochilas en consigna y nosotras fuimos a llevar a los niños al alojamiento.
Fue un poco desastre, ellos llegaron más tarde de lo previsto, teníamos más sueño que hambre, así que nos fuimos a dormir una siesta sino era imposible continuar con el día.
Al despertarnos todos y ya recuperados nos fuimos a pasear a la calle más comercial de Beijing en busca de un puesto para comer, la calle en cuestión es Wangfujing y al inicio de la calle en un lateral al lado de una tienda de palillos chinos empieza el festival de la comida. Una calle estrecha decorada con farolillos rojos y mucha luz, y por supuesto mucho guiri, y decenas de puestos de comidas. Algunas comidas extrañas para nosotros, como caballitos de mar, escorpiones, estrellas de mar, cienpies, todo eso ensartado en pinchos, los frien y ala a la boca el rico manjar. Los olores eran agradables a veces, nauseabundos otras. Comer allí es caro, es apto para turistas, pero encontramos unos pinchos de cerdo, dumplings y calamares bastante decentes y baratos, nada que no arregle unas cervezas medio frías. Nos timaron con una fritanga de gambas y pescado por el que nos clavaron un pastón, y era solo eso, fritanga.
Al acabar y pasear por la calle principal nos fuimos a dormir. Mañana, la Ciudad Prohibida.