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Todo es cuestión de expectativas. Y las nuestras eran bajísimas.
El plan era el siguiente: tomar un avión a las 22:05 en Barcelona (cuando los niños están con un sueño importante pero una excitación igual de importante por el avión) y empezar una travesía de 19 horas hasta Jakarta, pasando por Doha.
La verdad es que nuestras bajas expectativas (esperábamos una verdadera tortura) nos hicieron llevar el tema bastante bien. Aceptando que Sandra tendría a Amalia pegada todo el viaje y que Hugo estaría híper-excitado por el viaje en avión (porque no se acuerda de las tantas veces que ya ha volado) , el resto no fue tan malo.
Llegamos a Jakarta de noche. Sandra cayó como novata con los “porteadores” de maletas (que usan carritos con ruedas como todo el mundo) y de que pagásemos 3 € para que un tipo empujase nuestra maleta con ruedas unos 200 metros (fue más el dolor de caer como novatos que el dinero), procedimos a hacer lo que cualquier guiri hace: ser timados por un taxi…que a pesar de tener un taxímetro diciendo 58.000 IDR, nos dijo que 100.000 IDR era el “minimum fee”.
Pagamos de puro cansancio… estábamos reventados. Después nos enteramos de cuánto ascendía el timo: 6,7 €. Este país es muy barato para lo que no implique trabajo de occidentales o importaciones.
Llegamos a nuestro hotel de una noche. Dormimos 7 horas como troncos y desayunamos bastante bien. Justo a tiempo para OTRO avión a Yogjakarta! (aunque cueste creerlo, esto le hizo ilusión a Hugo…que parece incansable tomando aviones)
Llegamos a Yogjakarta temprano, pero el cansancio era tan grande (jetlag de 5 horas que dormimos una siesta larga. Aquí se hace de noche muy rápido (a las 18:00), así que no había muchas opciones para salir. Decidimos pasear por la calle más comercial de la ciudad, para ver el ambiente y comprar algunos víveres.
La calle se llama Maliboro, y es un ejemplo de libro de las calles caóticas, sucias, vibrantes, divertidas y ruidosas que recordábamos de otros tantos países asiáticos. No tan caótico como Ha Noi (las motos frenan un poco) ni tan amigable al paseo como Bangkok…pero desde luego mucho mejor que Manila (y qué no!) – y más auténtico (en cuanto a primitivo) que Kuala Lumpur.
Los carteles de publicidad solo están limitados por la gravedad y el viento – llegan a ser enormes y colapsar todo lo visible.
Las aceras brillan por su ausencia y se confunden con parkings de motos y paseos comerciales. La iluminación es muy tenue, casi inexistente en algunas calles cercanas. Los carteles comerciales iluminan más que las farolas, por lo que cuando las tiendas cierran la ciudad se suma en una oscuridad un poco inquietante (para unos turistas con niños, claro)
La verdad es que disfrutamos paseando por esa calle, por los centros comerciales y por los chiringuitos (MILES literalmente, vendiendo todos lo mismo), pero también fue el primer contacto con nuestras nuevas limitaciones como padres viajeros. Las barreras arquitectónicas nos pesan más que antes…la proximidad a los coches y motos ya no nos parece tan “cool” y la falta de iluminación y las multitudes nos inquietan más que invitarnos a la fiesta.
La sensación sigue siendo positiva – ahora el foco está en otras cosas. Compramos una camiseta para Hugo (que eligió la más fea que había) y nos paramos a escuchar a unos músicos callejeros. Son pequeñas cosas que a ellos les encantan y que nosotros no habríamos valorado.
Ahora somos turistas a través de otros ojos. Quizás era lo que nos hacía falta después de haber visto tanto: que nos enseñaran a volver a fijarnos en las cosas pequeñas.
Los niños se lo pasan bien mijo jijo,15HOME en avión tela,con decían y verónica jojojo un beso se os hecha de menos