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Último día en Salvador, madrugamos para no perdernos nada, con el ánimo de ver la iglesia de Sao Francisco, todo un exponente del barroco en Brasil.
Estábamos muy cerca, pero por error técnico y 3 reales nos metimos sin querer en el convento de Sao Francisco. Tanto el convento como la iglesia son de estilo barroco y decoradas con pan de oro y patios de azulejos de color azul procedentes de Portugal, pero el convento es el “hermano menor”. Hasta que nos dimos cuenta del error, hubo una cierta decepción.
Lo más “divertido” fue la parte superior, donde se expone un “museo” de elementos religiosos, a cual más macabro. Cristos que chorrean sangre, escenas de martirio, etc. Es como si de todas las históricas mitológicas los católicos hubiesen elegido sólo lo más trágico y macabro. Puestos a inventar historias, podrían haber adorado al sol o a los dragones…en lugar de rendir culto al equivalente de Sauron en la tierra.
Cuando Hugo nos preguntaba “esto es?”, le decíamos “un muñeco”, “una muñeca”, “un muñeco muerto”. Sinceridad ante todo.
Salimos de allí sabiendo que habíamos errado el tiro, y nos dirigimos a la iglesia principal. Cinco reales más tarde nos encontramos con el famoso patio de azulejos pintados a mano, donde encontramos cosas interesantes:
- La muerte representada como la segadora (esqueleto con guadaña). Las pinturas son del siglo XVIII, pero sabemos que esa representación empezó a utilizarse tras la peste negra en Europa varios siglos antes…y era una representación pagana (a la iglesia no le hacía mucha gracia en Europa)
- Elementos de la mitología griega como representación de defectos o virtudes (medusa como la envidia), también muy pagano
- Un mensaje continuo en todo el patio: confórmate con lo que tienes, no codicies y no intentes poseer lo de otros. Todo muy conservador del status quo, antirevolucionario.
Estos mensajes de humildad y falta de codicia se daban en el patio, y 2 metros más a la izquierda nos encontramos esto:
Uno de los exponentes más importantes del mundo del barroco, con kilos de pan de oro en todas las paredes. Es como el chiste de Maradona: “chicos, no se droguen – déjenmela toda a mí”.
La verdad es que nos pareció hortera y cutre. Kitsch. Sabemos que es un estilo artístico (que parece abrazar el horror vacui como máximo principio), pero en pleno siglo XXI esto se ve cutre, por no mencionar las implicaciones morales de que la iglesia haga semejante ostentación.
Otro detalle interesante: las figuras de las paredes se habían esculpido en madera y tenían atributos sexuales (los querubines tenían pito) y las mujeres exhibían los pechos al aire. Los querubines que estaban más bajos habían sido castrados, pero se podía ver algún pito en las alturas. ¿Cuándo decidieron que la desnudez era fea?
Mientras nosotros nos reíamos de semejante ostentación, Hugo y David decidieron que la iglesia no valía la pena, pero la rampa para discapacitados daba mucho de sí. Se pasaron corriendo rampa arriba y abajo toda la visita.
Salimos de ahí camino al Mercado Modelo, un mercado para turistas para el que tuvimos que caminar bastante.
Para llegar tomamos el ascensor Lacerda, un icono de la ciudad y del Art Noveau. Las vistas desde la parte superior son un resumen perfecto de Salvador: un mar de pobreza y desigualdad salpicado por unas cuantas islas protegidas para el turismo. Como siempre, la pobreza se puede disimular, pero no tapar del todo, y desde lo alto se le ven las vergüenzas a la city.
El mercado dio poco de sí. Suvenires caros y de mala calidad, vendedores pesados y poca variedad. Sebas se cortó el pelo en 10 minutos y decidimos tomar un taxi de vuelta al Pelourinho, a pegarnos un menú degustación en el bistro francés Amarelindo.
Comimos deliciosamente mientras los enanos dormían en el diván del restaurant.
La tarde sirvió para comprar algunas cosillas y pasear por las calles del Pelourinho. Cuando llegamos al apartamento vimos que en nuestra calle se estaba montando un escenario para una fiesta…y nos preparamos para no dormir.
Era imposible pegar ojo, así que encargamos comida para llevar y después de cenar en el apartamento decidimos unirnos al enemigo. En este caso el enemigo eran hordas de cariocas que se arrepiñaban en poco más de 50 metros cuadrados para beber, fumar y otras actividades menos legales.
Nos mantuvimos lejos del follón, pero cerca de la música. Hugo bailó, saludó a todo el mundo y se montó en un gran caballo de madera. Nosotros nos tomamos unas caipiriñas e intentamos disfrutar del ambiente, pero pronto empezó a volverse poco amigable para Hugo (el alcohol empezaba a hacer de las suyas en la gente), así que tras un par de charcos de pis esquivados y un tipo que intentó venderle marihuana a Sebas, decidimos terminar la fiesta.
El día fue completo y acabó bien…en poco tiempo la fiesta se acabó y todo el mundo a su casa. Dormimos del tirón, los tres exhaustos y felices.
Salvador ha sido una grata experiencia. Como ciudad tiene sus contrastes, pero como experiencia turística es intensa, interesante y alegre.
Siguiente parada: Cataratas de Iguazú!