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Nos despedimos de Hans (Suiss Residence) con la certeza de que no encontraríamos otro anfitrión más atento ni habitaciones tan limpias, agradables y baratas.
El vuelo llegó a Salvador a mediodía y el taxi nos llevó al centro de la ciudad, donde teníamos nuestro siguiente alojamiento. En el centro, centro, centro de todo, del Pelourinho que es la zona turística, estaba nuestro apartamento, Tamboleiro, nada pretencioso pero muy limpio (eso sí, no se correspondía en absoluto con las fotos que ponían en Internet, que mostraban apartamentos mucho mejores).
Lo bueno es que estábamos en el centro de la zona turística, controlada por la policía turística y militar, lo malo es que estábamos en el centro y todo pasaba alrededor (ruido incluido). Esta es una foto del calle de día y de los alrededores.
Nada más salir buscamos un restaurante, las calles hervían de color, música y gente, de entrada no estaba nada mal. Acabamos en el Bistro de Amarelindo, la comida espectacular, lo mejor de Brasil, aunque era cocina europea (francesa).
Como de costumbre, la comida nos llevó unas 2 horas, así que las opciones eran limitadas para el resto de la tarde. Paseamos por el casco antiguo y compramos víveres para la cena. Mientras volvíamos al apartamento vimos un teatro, el teatro Santana y esa noche a las 20.00 había un espectáculo de folclore brasileño.
Decidimos que teníamos que ir, fuimos Fani, Sebas, Sandra y Hugo, Jordi se quedó con David, que a esas horas ya estaba exhausto. Lo que vimos en ese teatro no lo pudimos fotografiar o bailar y hubiese merecido la pena. Se representaron danzas típicas de aborígenes brasileños (procedentes del África negra) representando deidades o espíritus . Uno de los platos fuertes y más típicos fue el espectáculo de Capoeira, ellos con el torso desnudo y ellas bastante más tapadas, estuvo genial.
Después de aquello nos fuimos a cenar algo rápido al hostal, unas tortillas de atún hechas en una olla, porque no había sartenes, y a la cama a ver que nos deparaba el martes.