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Sandra (nuestro oráculo-guía oficial) nos había advertido en repetidas ocasiones, Lonely Planet en mano, aquello de “el jueves os vais a cagar” (sí, así de heterodoxo es nuestro oráculo).
Lo que Sandra había planeado para ese día era nada más y nada menos que visitar todos los puntos de interés en un mismo día, empezando por el más lejano (a unos 110 Km de Akureyri) y volviendo hacia atrás de uno en uno.
Las paradas planificadas eran:
- Stóra-viti: Es la caldera de un volcán semi-activo donde se ha formado un bonito lago de aguas termales.
- Leirhnjúkur: Los campos de lava más bonitos y extremos de Islandia
- Hverir: Una zona geotérmicamente activa con chimeneas, lagos de lodo hirviendo y paleta de colores variada.
- Dimmuborgir: Parque natural donde hay diferentes rutas para el senderismo entre formas rocosas muy curiosas (más lava)
- Hverfell: Otra caldera de volcán
- Sqútustadagigar y el lago Mivatn: Pseudo-cráteres entre lagos
- Godafoss: Finalmente, y como guinda del pastel, las cascadas Godafoss.
Todo esto ya es bastante ambicioso en pareja. Con los enanos, es un concurso televisivo.
Salimos temprano (con los enanos eso es a las 10:00) y condujimos sin paradas hasta la primera parada. En el camino de ida vimos muchas cosas que nos pedían a gritos una parada, pero la consigna era “a piñón hasta el final”.
La caldera del volcán era bonita, sobretodo porque podías abarcarla con la vista y porque subir ahí te permitía contemplar el valle. La verdad es que si no llegas a saber que es un volcán, lo verías simplemente como un lago en la montaña. La gracia no está en lo que ves, sino en lo que sabes (que el agua está caliente porque debajo, a muchos metros, la lava sigue estando activa).
Fue un buen comienzo.
De ahí fuimos a un segundo aparcamiento, donde había un puesto de perritos calientes, que nos prometimos para el final de la visita, que iba a ser larga.
Lo que nos esperaba en esta parada era nada menos que uno de los paisajes más espectaculares que hemos visto en Islandia, y el segundo paisaje volcánico más espectacular que hemos visto después del volcán de Antigua en Guatemala.
A la entrada pudimos ver unas formaciones bastante singulares, como los cojines de sofá a cuadritos pero sobre la tierra.
Lo segundo fue un pedazo de tierra con multitud de colores, fruto de los gases y chorros de agua que salían a la superficie y arrastraban azufre y otros sulfatos. Muy parecido a la “Paleta del Pintor” de Nueva Zelanda.
Seguimos adelante hasta que el paisaje se hizo completamente negro y volcánico. Desgraciadamente Sandra y Fani renunciaron a ir demasiado lejos porque llevaban a los enanos colgados, y eso cansa. Sebas y Jordi exploraron bastante más allá y disfrutaron de unas vistas extraordinarias.
La sensación de caminar entre un pedazo del mundo que acaba de crearse es muy especial. Sebas marcó esta experiencia como una de las mejores de todo el viaje.
Las fotos como de costumbre no transmiten todo lo que se vive: faltan los olores a azufre, el calor que emana de las piedras, el movimiento de los vapores, el crepitar de las piedras que se pisan, el aire frío que te da en la cara y la visión en 360 grados de todo el valle que te rodea y que está igualmente cubierto de capas de lava de diferentes edades y colores.
Abandonamos el lugar, no sin antes comernos un fantabuloso menú hot-dog por 800 ISK: Hot Dog, refresco y chocolatina. Sano, sano.
La siguiente parada fue menos espectacular (teníamos todavía que asimilar lo que habíamos visto en los campos de lava), pero no menos memorable. Aunque las calderas de barro hirviendo y los colores del azufre sobre el suelo ya los habíamos visto, encontramos un fenómeno geológico que no habíamos presenciado antes: las ruidosas chimeneas de vapor.
Sonaban como cuando dejas la cafetera hervir durante demasiado tiempo…en una cafetera de varias toneladas claro. La columna de vapor apestaba a azufre (huevos podridos) y era tan densa que no se podía ver nada a través de ella.
A estas alturas el cansancio ya hacía estragos en el equipo, y lo mejor de todo es que Sandra seguía siendo la única que sabía lo que aún nos esperaba. Tomamos un poco de aire, cambiamos algunos culetes y seguimos adelante.
Buscando la entrada para la siguiente caldera de volcán, llegamos al parque natural (nos saltamos una parada). Decidimos seguir adelante. Teníamos 2 opciones de senderismo, una de 10 minutos y otra de 25 (con los peques en brazos no podíamos ir mucho más lejos).
Elegimos la de los 25 minutos, y la verdad es que valió la pena. Creo que a estas alturas ya estábamos un poco saturados de tanto paisaje volcánico y no pudimos apreciar toda la belleza del lugar, pero tampoco nos dejó indiferentes. En especial algunas formaciones en las que pudimos hacernos fotos con los enanos.
Nos tomamos unos cafés y unos pasteles para recobrar fuerzas y seguimos a la carga, porque “Aún hay más!”
Nos quedaba ver una serie de cráteres rodeados de lagos, un paisaje bastante singular por el que tuvimos que pasear haciendo turnos de 2 en 2, porque nuestros enanos estaban ya demasiado cansados y Hugo dormía.
Y cuando volvimos nos dolían los pies, la espalda y hasta el alma…los peques se habían portado como auténticos campeones del aguante, pero todavía quedaba la traca final.
Estiramos todo lo que pudimos nuestras fuerzas y el aguante de los peques (tampoco os penséis que los maltratamos, viven como reyes) y enfilamos hacia las cascadas de Godafoss (las cuartas en este viaje).
La verdad es que cada una de las 4 cascadas que hemos visto tiene algún hecho diferencial que hace que no te satures de tanta catarata. Gulfoss fue la primera y simplemente por eso fue impactante. Skogarfoss gozaba de una ubicación privilegiada a la que pudimos acceder a pie desde el hostal. Dettifoss era monstruosa, monumental, y pudimos acercarnos a una distancia de miedo…
Y Godafoss…bueno, Godafoss es preciosa. No en plan “majestuoso” ni “brutal”, sino preciosa como una pieza de cristal de bohemia. No es tan alta como las demás, por lo que el rebote del agua no es tan fuerte y se puede apreciar sin problemas el romper del agua.
Las rocas que quedan de pie antes de la caída del agua están recubiertas de un musgo muy verde y todo el conjunto tiene un aspecto de cuento.
Hablamos con una española que viajaba con sus gemelas (de unos 14 años) y nos contó que se había bañado en el lago del volcán (el primero que vimos). Con un par! Nos dio ánimos para seguir viajando con niños (ella las sacó desde los 2 años, pero claro, son gemelas!)
Por fin volvimos a casa, con la satisfacción de haber cumplido los planes y la tranquilidad que nos da tener todo el día de mañana para descansar, conocer el pueblo y dar un poco de tregua a los enanos de tanto coche.
Las siguientes etapas serán más duras, con sólo 1 noche en cada parada. Son los últimos petardos antes de volver a Reykjavik y decir adiós a este país que de momento está cumpliendo con creces nuestras expectativas.
NOTA: Queremos agradecer a nuestros enanos su aguante y paciencia. Gracias a que ellos se adaptan a todo y la lían solo cuando tienen motivos de peso, nosotros podemos permitirnos estos caprichos. Por si algún día lo leen.
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