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Ha amanecido con mal tiempo, llovía y hacía viento. Para complicarlo un poco más, y después de habernos gastado la pasta en la cena de anoche, hoy hemos decidido ahorrar yendo a degustar el desayuno que teníamos incluido.
El desayuno está en otro hostal, para el que hay que ir en coche porque está en el otro lado de la mini-ciudad. Allá fuimos. Al llegar estaba a tope y tuvimos que esperar a tener una mesa. El desayuno valió la pena.
Empacamos, hicimos unos bocatas para el camino y empezamos la ruta, que hoy prometía, casi 300 Km por carreteras curvas.
Los enanos se han portado bastante bien, y después de 2 horas de viaje por carretera difícil, había llegado la hora de sacarlos del coche y que jugaran un poco tirados por el suelo. Aprovechamos para calentarnos con unas sopitas de coliflor y darles de comer.
El camino de hora y media que nos esperaba se nos hizo más pesado, aunque paseamos por los fiordos de nombres innombrables, con paisajes espectaculares.
Llegando a nuestro destino, Seydisfjordur, no lo vamos a escribir otra vez, empezamos a ver los picos de las montañas nevados, mientras transcurríamos entre bloques de nieve y cascadas de película. La niebla iba y venía, y cada vez eran más grandes las ganas de llegar.
Por fin vislumbramos el pueblo, que tiene apenas 700 habitantes, y llegamos al hostal. A primera vista nos pareció raro, pero hay que reconocer que es muy acogedor y la sala común es muy muy hogareña. Nos falta harina para hacer panqueques, pero hemos podido hacer unos tés mientras escribimos estas líneas.
Hoy hemos tenido un pulso con el pollo, a ver quien podía más, digamos que estamos en tablas. Después de una ducha, una teta y un poquito de juego se ha quedado frito. A ver cuanto tiempo nos da de tregua, porque es un niño insaciable en cuanto a estímulos, y nosotros ya tenemos una edad…