Nos levantamos temprano para coger nuestro vuelo a Bangkok desde Sukhotai. El aeropuerto de Sukhotai era muy pequeño pero con mucha personalidad. La decoración era de madera, teníamos gratis a nuestra disposición bebidas y frutas mientras esperábamos para embarcar. El personal muy amable nos puso una orquídea natural en la solapa de cada pasajero.
Después de una hora ya estábamos en el ya conocido Bangkok. La primera vez que vinimos aquí nos hospedamos en Khao San, la calle mochilera por excelencia. Comíamos por 2 euros Pad Thai (noodles con huevo, soja y con suerte carne), zumo de sandía y a veces algún kebab.
Esta vez quisimos experimentar otro lado de Bangkok, nuestro hotel estaba en la zona pija de negocios y grandes centros comerciales. El hotel superó con creces nuestras expectativas (el destino quiso que estuviese a 200 metros del primer hostal que pisamos en Bangkok antes de mudarnos a Khao San).
A las doce de la mañana ya estábamos pateando la ciudad. Teníamos algunas comprillas que hacer. El primer día puede resumirse en una buena comida italiana con vinito incluido. Centros comerciales gigantescos, mega pijos que recorrimos comprando algunas cosas que necesitábamos para los siguientes días de safari acuático. Masaje tailandés para relajarnos del “estrés” y cena a lo mediterráneo de nuevo.
El día fue agotador porque no paramos de caminar. Mientras cenábamos en un bonito restaurante con unas enormes cristaleras, podíamos observar la calle perfectamente. Vimos un fenómeno del que habíamos oído hablar y sabíamos que existía, pero que nosotros no vimos la primera vez que vinimos a esta ciudad. Cuando atardeció cientos de prostitutas aparecieron en la calle, en perfecta fila como si esperasen el autobús. Si Sandra se separaba de Sebas, le hacían señas u ojitos, aunque eran muy discretas.
Después de un sueño reparador en nuestra cama gigante, y un desayuno más que completito, empezamos nuestro segundo día.
Teníamos una misión: ir a Khao San y renovar nuestros carnets de estudiante, ejem. Recordamos la primera impresión de esta calle. Llena de tiendas con artículos de todo tipo muy bien de precio. Chiringuitos de comida callejera por precios ridículos. Carteles y agencias de viajes. No eras nadie si no llevabas tatuajes y/o rastas y/o sandalias. Eso es lo que recordamos de Khao San, el paraíso del bajo presupuesto.
La impresión es diferente ahora. Vemos puestecillos que venden artículos de muy mala calidad, hay que regatear con lo que eso agota. Todo el mundo vende lo mismo, el olor del Pad Thai por 30 baths ya no nos parece tan ideal. Los zumos siguen estando de muerte. Las agencias nos parecen unos chupasangres ( eso también lo pensamos la primera vez). Los restaurantes son igual de caros que en la zona pija.
Después de conseguir renovar nuestros carnets y pillar algunas series pirata para el barco, salimos de allí y nos fuimos a comer a los centros comerciales para conseguir comida europea.
Durante el paseo entre enormes edificios elegantes y glamourosos nos metimos como el que ve una puerta, o tal vez como hizo Alicia al meterse en la madriguera, por un pasillo que pasaba desapercibido entre los centros comerciales y el río. Allí descubrimos otra cara de Bangkok, casas hechas de chapa a medio acabar, pasillos estrechos, escombros, olor a comida, a cloaca, pobreza. El contraste era brutal, estábamos entre chabolas paseando entre sus habitantes y al fondo se veía la torre acristalada y esplendorosa de los centros comerciales, adornados eso sí con árboles de navidad, renos y esas cosas. Tailandia es un país budista, esto es, ni los Reyes Magos ni el fantástico Papá Noel se han pasado nunca por aquí. Business.
Como siempre acabamos nuestros días hartos de caminar, eso bien se merece un masaje en los pies.
Hoy cogemos un avión hacia el sur, hacia las playas, iremos a Khao Lak. Mañana cogemos un barco en el que estaremos 6 días buceando sin pisar tierra y sin poder comunicarnos. Será cansado pero estamos convencidos de que va a ser genial.