El Volcán Aso y los infiernos de Beppu

Esta entrada pertenece a la serie Japon
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Salimos de Hiroshima con destino a Beppu. La ciudad es famosa por sus aguas termales calientes (en rango pelador de pollos) y su vida nocturna por decirlo así (máquinas tragaperras y prostitutas).

La ciudad en sí no es que se diga bonita pero tenía algunos atractivos. Uno de ellos era un restaurante japonés con sushi, tempura y sashimi que estaban que te morías por dos duros.

Otro atractivo era el volcán Aso. En principio miramos como ir pero decidimos que era un poco tedioso ir hasta allí, sobretodo si eran nuestros últimos días en familia y querían un descanso. No íbamos a ir hasta que Martín vio las fotos del volcán. A partir de entonces hizo una campaña que ni la del Corte Inglés, y acabó convenciéndonos de que merecía la pena ir aunque el camino fuese largo.

Allí fuimos. Tuvimos que madrugar para coger el tren de las 7:52, que después de casi dos horas y media nos dejó en el pueblo Aso. Allí esperamos a un autobús que nos llevó a la base del volcán. Y una vez en la base, un paseillo en telesférico pese a las reticencias de Nati, y en cinco minutos estábamos en el cráter del volcán.

Es un volcán con actividad lo que lo hace muy interesante. El único problema es que el dióxido de sulfuro que desprende el volcán puede ser un poquitillo tóxico, pero ya se encargan los japoneses de proteger a sus visitantes.

Entramos en la zona del cráter con sirena naranja, eso significa que el viento es fuerte, pero no era peligroso como sería si la sirena estuviese roja. Pudimos ver todo el cráter sin problemas y era precioso. Pero de pronto nos vino un viaje de dióxido de sulfuro que empezamos a sentirnos mareados, con tos y picor de garganta.

Nos piramos. Tuvimos suerte, a partir de entonces la sirena estaba roja  y no se podía entrar. Mucho más tarde la volvieron a abrir porque el viento había amainado, pero en ese momento nosotros ya estábamos observando el valle.

Es espectacular como en medio de un valle verde puede verse un paisaje lunar que corresponde al volcán. El contraste es una pasada, disfrutamos mucho de las vistas.

Camino de vuelta todos sobaos.

Al día siguiente nos fuimos a los infiernos de Beppu. Hay 8 infiernos en total, 6 en la zona azul y 2 en la roja. Se puede comprar un pase para ver los 8 y sale más barato que pagar la entrada de cada uno por separado. En la oficina de turismo nos dijeron que los que merecían la pena eran los 3 primeros, pero como somos unos agonías queríamos verlos todos.

Cogimos el bus que nos llevaba a las montañas a la zona de los Onsen de kannawa. Y empezamos a fichar.

Con el primero ya nos quedamos flipando, tenían animales como si fuese un zoológico. Tenían un elefante africano en una jaula de 5 metros, monos, hipopótamos, llamas y caimanes, entre otros animales. Son unos cabrones con perdón, pero los animales estaban en muy malas condiciones, totalmente abandonados. Incluso uno de los mandriles tenía un tumor glúteo enorme y nadie le prestaba el menor cuidado.

Total, que después de ver los primeros tres infiernos la cosa nos quedó clara: por muy bonitos que pudiesen ser, los japoneses lo estropean todo haciendo paseitos marcados, algo super turístico, con muñecos manga por todos lados y trato penoso a los animales. Un timo.

Y más después de haber podido ver la belleza de estos manantiales en Nueva Zelanda en plena naturaleza y totalmente vírgenes.

Volvimos al hostal a bañarnos en nuestras bañeras comunes de agua caliente, a prepararnos para nuestra cena de despedida. Elegimos una parrilla coreana y no nos equivocamos, la carne, las verduras, las cervezas y el saque fueron abundantes y el ambiente tan relajado y divertido que no queríamos que se acabase.

De regreso al hostal y con un paraguas menos que nos mangaron, nos despedimos de la familia con los consejos constantes de Martín y su «tened cuidado» que repitió como 20 veces.

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