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Nada de taxis o shuttles esta vez. Decidimos (bueno, el bolsillo decidió) que desde el aeropuerto al hostal iríamos en transporte público. Al final no salió nada barato (el transporte en Australia es caro) y caminamos como zanguangos.
Llegamos al hostal muertos de cansancio y de entrada nos pareció bien. Cuesta un poco volver a acostumbrarse a dormir en dormitorio cuando llevas unas cuantas habitaciones privadas…y en este caso compartíamos con otras 6 personas.
A partir de aquí nuestra visita de dos días a Melbourne (recordemos que decidimos saltarnos el viaje desde Melbourne hasta Sidney para ir a Tasmania) fue una historia doble: por una parte la ciudad y por otra sus habitantes.
La ciudad nos impresionó un poco al principio (entramos a conocerla por su parte más bonita). Los rascacielos y los edificios modernos (y artísticos), junto con el río Yarra y la catedral le dan a ese punto de Melbourne un ambiente único.
Sin embargo, a medida que caminábamos por las calles «interesantes» (si te sales del centro la ciudad es más bien un lugar de negocios) nos dimos cuenta de que Melbourne es otra ciudad occidental más: tiendas de moda, centros comerciales, edificios de oficinas, etc. Nada del otro mundo.
La otra historia es un poco más interesante. Vamos a decirlo sin rodeos: los australianos son raros, raros, raros. Sin tener en cuenta las modas (aquí se pueden ver las últimas tendencias y últimas paridas de la moda), la gente tiene un aire de cocodrilo dundee, o «vivo como me da la gana y paso del mundo pero de buen rollo» que le da al ambiente un aire de «cualquier cosa es posible en Australia».
Quizás sea el multiculturalismo (que los australianos abrazan sin complejos) que los ha llevado a respetar las opciones de vida más diversas, lo que ha hecho que ahora se respire esa libertad. Sea como sea, aquí la gente no encuentra tantas presiones para ir por el camino que van todos (por lo menos en lo que hace a la estética que es lo que podemos ver en tan pocos días)
En nuestro hostal, sin ir más lejos, la colección de individuos que nos encontramos fué variopinta:
- Una libanesa loca (y no metafóricamente…era paranonica de verdad!)
- Una chica-zombie que se pasaba todas las noches despierta hasta las tantas y luego, por la mañana, se paseaba en tirantes (con un frio de la ostia) y envuelta en su manta de cama, sin decir ni pío.
- Uno que se emborrachaba por sistema cada noche y se dormía en el sofá delante de la tele.
El segundo día decidimos ir al Victoria Market (según los australianos el mercado al aire libre más grande del hemisferio sur…pero una leche! – véase Bangkok). Al final resultó un mercadillo muy parecido a los españoles, donde encontramos a un avispado vendiendo churros como «spanish donuts»…y encima con la imagen de un mexicano. Pa matarlo.
En fin…un aterrizaje curioso en un país en el que tenemos muchas expectativas puestas…y sobretodo después del listón tan alto que ha dejado Nueva Zelanda.