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Hoy nos hemos levantado a las 06:30 am, no por gusto, sino porque nos esperaba un tour (sí, otro tour a pesar de que no queríamos contratar ni uno más…) a las terrazas de arroz. No hemos tenido más remedio, porque no hay otra forma de ir y volver en el mismo día. Como consuelo, hemos pagado un poco menos que nuestros colegas de viaje.
Existen muchas terrazas de arroz en China, pero se dice que estas están entre las más impresionantes. Se construyeron entre el siglo XIII y XVIII (más de 400 años) y son básicamente otro ejemplo de como miles y miles de chinos pueden imponerse a la naturaleza «a lo bestia» (estilo gran muralla, presa de las tres gargantas, etc.)
Antes de llegar nos pasearon por un mini-pueblo (Huangluo Yao) donde vive una minoría étnica (Huangluo) con la particularidad de que sus mujeres tienen el pelo larguííííísimo. Entre todas hacen que la media del pueblo se ponga como «el pueblo con el pelo más largo del mundo».
La costumbre reza así: sólo se cortan el pelo 1 vez en la vida, a los 18 años. A partir de ahí el pelo crece y crece hasta que se mueren. Las solteras lo llevan cubierto, y se supone que el primero que vea el «nuevo pelo» será su marido. Como siempre, la mujer guardando «algo» para el hombre (léase virginidad, pelo, etc.)
Van vestidas con ropas llamativas y pulseras que indican su status social (si su familia es más rica, más pulseras). El peso de sus pendientes hace que las orejas se les estiren como chicle.
Nos hicieron un baile un poco soso, pero que incluía una exhibición de pelos largos bastante interesante y un simulacro de boda loca. Lo más gracioso es que para demostrar amor y bienvenida estas mujeres pellizcan el culo a todo el mundo. Todos nos llevamos un pellizco.
De ahí a comer. Comimos bastante bien, y entre lo más destacable fué un arroz «al bambú» que consiste en cocinarlo dentro del bambú. Tiene una consistencia pegajosa pero con sabor agradable. Es como si estuviese ligado con chicle.
Y de ahí a las terrazas. No hay mucho más que contar que lo que las imágenes muestran. Nos dejaron a nuestro aire y pudimos contemplarlas tranquilamente, escuchando música en nuestras Ipods y tomando el sol que ya empieza a estar rico rico.
A la vuelta otra sesión de conducción suicida por carreteras llenas de barrancos. Y para rematar la faena, nuestro conductor (que era la versión china de «Benito» de «Manos a la Obra») llevaba una camiseta con la frase «Right to be Wrong» (tengo derecho a equivocarme, o algo así). Alentador.