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Llegamos a Pingyao después de hacer escala en Taiyuán. El autobús tardó unas 2 horas durante las cuales nos pelamos de frío. El autobús nos dejó a la entrada de Pingyao, en la parte más fea, donde unos taxis eléctricos (como carritos de golf de 6 plazas) nos esperaban para astillarnos 20 yuanes por un viaje a nuestro hostal. Aceptamos de mala gana por el frío y las mochilas.
El taxi nos dejó a la entrada de la ciudad amurallada (no se permite el paso a vehículos de motor a las calles principales), y tardamos como 30 minutos en encontrar el hostal. En parte porque las mochilas y el frío nos hacían correr sin detenernos, en parte porque el nombre de las calles está solo en chino, y en gran parte porque quedamos impresionados con lo que vimos.
La ciudad era preciosa. Exactamente como se ve en las películas de chinos, donde los ninjas saltan de tejado en tejado y las chinas caminan con pasitos cortos.
Nos alojamos en el hostal Zhengjia International Youth Hostel, un lugar encantador en el que el dueño nos trató como a reyes todo el tiempo. De hecho, empezamos a pensar que con demasiada amabilidad. Al poco, caímos en que nuestras reservas habían sido hechas a través de HostelWorld, una de las webs más importantes para el tema hostales.
El hostal en cuestión estaba el segundo de la lista, con un rating del 92% frente a la primera que tenía un 93%. Entonces lo vimos claro: nuestras valoraciones lo podían poner el primero de la lista unos meses antes de los juegos olímpicos (y de hecho así ha sido, ahora tiene un 95% tras otorgarle por nuestra parte un 100% como una casa).
Al final la presión era constante, preguntando cada día si lo valoraríamos bien en HostelWorld, que cuándo lo haríamos, etc. El caso es que el hombre se lo ha currado, regalándonos cafés, desayunos, solucionando problemas con los trenes y dejándonos estar en las habitaciones hasta el último momento, así que hemos aceptado el soborno 🙂
Otra de las cosas que hizo por nosotros fué regalarnos entradas (a 50 yuanes cada una) para un festival de linternas que ni sabíamos que se montaba la misma noche que llegamos. El favor fué doble, porque si no nos lo llega a decir, ni nos enteramos.
Esa misma noche, después de intentar sin éxito comprar billetes a Xi’an (y de que el colega nos lo arreglase por una comisión), fuimos ilusionados al festival.
El resumen es: luz y color, luz y color. La explicación larga incluiría una metáfora sobre gastarse un millón de euros en un bazar chino de todo a 100 y enchufarlo todo de golpe.
Se trataba de las linternas que salen a las calles en el festival de las linternas, el 21 de febrero (el último día del año nuevo chino). Es decir, tuvimos la suerte de ver lo que será el festival de las linternas en Pingyao (uno de los más famosos en China) a pesar de no estar aquí en esa fecha (y podremos, si todo sale bien, verlo también en Zigong, otro lugar famoso para el evento)
Además de las luces tuvo lugar un espectáculo al estilo «chino amateur», con muchas cosas cutres. Algunas fueron más interesantes que otras, especialmente el cambio de máscaras y los dragones (no por la calidad del espectáculo, sino por lo típicos que son de estas fechas). Sebas se quedó tranquilo al ver a sus primeros dragones de fin de año chino.
Sebas y Sandra, solo comentaros que por poco que puedo (Sebas sabe que tengo pocas posibilidades) sigo vuestro viaje. Casi a modo de una película, cada capítulo con un ápice más de envidia.
Suerte y fuerza from Nexica