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Segundo día en Beijing. Nos levantamos más o menos temprano y buscamos un desayuno más decente que el ofrecido por el hostal. Encontramos un lugar cerca del hostal e intentamos rentabilizar el libro de frases chinas que llevamos (2 copias del mismo libro, por si con una no bastaba).
Lo intentamos todo. Café, café con leche, té…En inglés, en «chino» y con señas. Acabamos señalando un cartel y diciendo «ESO!». Fani señaló al plato de un pobre chino que parecía comer unos churros, ante la pasmada cara del chino (aquí nos llaman «El demonio extranjero», aunque se ve que no es con mala leche, sino en plan colegas).
Acabamos con unos churros con café con leche, todo un éxito considerando que en el mismo menú cohabitaban vísceras y cosas más raras para desayunar.
Fuimos a comprar los billetes de tren a Datong. Casi lloramos de felicidad cuando todo se acabó en 20 minutos. Nos hablaron en inglés y nos mostraron la pantalla del ordenador para confirmarlo todo. Comparada la experiencia con las 4 horas que nos llevó hacer lo mismo en Rusia, era casi para el Nirvana.
De ahí nos fuimos a la plaza Tiananmen y Ciudad Prohibida. Se notaba que era día festivo (sábado y tercer y último día festivo del año nuevo). Un día festivo en España es una cosa…pero aquí, con una ciudad de 13 millones de personas, un día festivo es como el Corte Inglés el primer día de rebajas.
Parecía que en todos lados regalaban algo. Millones de chinos por todos lados, como si al echarles agua se multiplicaran rollo Gremlins. En general la experiencia fue fantástica y la Ciudad Prohibida es preciosa, pero no pudimos tener la experiencia «mística» de tranquilidad y paz que Fani pudo experimentar unos días antes. Ponemos aquí algunas fotos versión «mística tranquilidad del séptimo lago cristalino de la gran sabiduría» (así se llaman sus templos) y versión «tonto el último empuja, empuja a mogollón oe oe oe».
Salimos de la Ciudad Prohibida a las 17:00, llegamos al Hostal una hora más tarde y otra vez fundido en negro…